martes, 16 de febrero de 2016

MANIFIESTO DEL HAMBRE. Por Alfonso J Vazquez.

MANIFIESTO del HAMBRE
Amante de mi país y amigo de la clase trabajadora, a cuya vista he crecido, no puedo mirar con indiferencia su suerte y dejar que pasen desapercibidos hechos que considero conveniente y aun necesario publicar. (…). La cuestión que voy a tratar es de hambre exclusivamente, y si alguno hubiere que, dando tortura al pensamiento, la quisiere sacar de este terreno, lleva la intención dañada, quiere perjudicarnos.
Los repetidos años que llevamos de disminución de los derechos laborales son el origen del notable atraso en que hace tiempo están los trabajadores en lo general del país (…) que sufren las desgracias que nadie ignora, pasando por los trances más duros de la vida hasta que las ONG en parte, fueron aliviando con algunos socorros.(…).
El porvenir no se ocultó a los ojos de aquellos hombres que, por bien acomodados que se consideren, saben tomar parte en las desgracias de sus semejantes (…) Sin embargo, todos creíamos deber esperar algún amparo del gobierno de S.M. (…).
Los males no tardaron en dejarse sentir. En los últimos años empezó ya la mendicidad a esparcirse por todas partes y entonces algunos Ayuntamientos, y muchos diputados provinciales comisionaron y excitaron a varios señores senadores y diputados a Cortes y provincia residentes a la sazón en Madrid, para que hicieran presente al gobierno de S. M. el mal estado del país y el que consiguientemente se preparaba. (…) Tras oír de los labios del Presidente del Consejo de Ministros (…) que ya tenía conocimiento (…) nos ofreció hacer cuanto en su mano estuviese para mejorar nuestra suerte;(…).
El hambre de día en día iba creciendo, y los casos que se referían a sus efectos eran de tal naturaleza, que algunos se creyeron exagerados; pero la evidencia llenó de amargura mi corazón. En Marzo del presente año recorrí una porción de concejos (…) con el objeto de persuadirme de la verdad examinando personalmente la situación (…). No es fácil que yo pueda describir aquí las impresiones que recibí en aquella excursión. Al ver a trabajadores medianamente acomodados (…) tristes, abatidos, pidiendo trabajo para poder alimentar a su familia, sin recursos y en un estado aflictivo, sentí helarse mi sangre.
Pero cuando llegó al colmo mi desconsuelo, y, sin avergonzarme lo digo, mis ojos se inundaron de lágrimas, fue al encontrarme en un monte (…) a donde había ido a buscarme un hombre, en cuyo escuálido semblante se veían marcados los mayores sufrimientos, y que con voz desfallecida me dijo: me muero de necesidad, mi mujer y cinco hijos que tengo no comen más que yerbas. ¡A cuantas consideraciones no dan lugar semejantes palabras! Pero no es mi propósito entrar en ellas.
Mi contestación fue mandarle bajar inmediatamente a (…) tomar algún alimento mientras yo iba a unirme a él. Pocos instantes después estábamos hablando en una mala taberna. Preguntele que había comido, me contestó, y era cierto, dos cuartos de pan. Este era el uso que había hecho de mi ofrecimiento un infeliz a quien la falta de alimento estuvo a punto de privar de la vida. Obedeciendo a una insinuación mía marchó desde aquel sitio a ver al señor alcalde para que tomara una determinación, mientras un muchacho llevaba de mi orden algún socorro al resto de la familia.
La autoridad, con la solicitud propia del deseo de evitar un mal grande, tomó inmediatamente sus disposiciones mandando un dependiente a cerciorarse del estado de aquellos infelices, el cual no tardó en volver con la respuesta que de aquellos desventurados seres acababan de expirar dos, un niño de ocho años y otro de once. Al oír semejante noticia, me horroricé. ¿A quién no estremecería el considerar que aquella realidad justificaba la relación de hechos semejantes y anteriores? Y por desgracia, casos tan ciertos como dolorosos se repitieron en diversos puntos de la provincia.
A mi vuelta de aquella expedición hallé instalada la Junta superior de Caridad en el palacio del excelentísimo e ilustrísimo señor obispo, presidente, de la cual me había cabido la honra de ser nombrado vocal. A nadie se le ha ocurrido siquiera poner en duda nada de cuanto llevo dicho. Convencidos estaban todos, como todo el país, de la verdad y el señor gobernador civil de la provincia dirigió a la junta palabras consoladoras anunciándonos recursos del gobierno superior a quien constaba ya la calamidad que sufríamos por las repetidas comunicaciones que sobre el particular su señoría le había pasado.
Le supliqué que mientras se recibían aquellos socorros, se suspendieran al menos los apremios bancarios y empresariales que hubiera contra gente tan desdichada y S. Sª. aseguró que ni los había a la sazón ni los habría después. Los pueblos saben muy bien si las palabras del jefe de la provincia fueron una verdad. Se dio nuevamente comisión a los señores senadores y diputados a Cortes residentes en Madrid para que se acercasen otra vez a los ministros (…). Todos manifestaron los mejores deseos y tengo la íntima convicción de que han hecho y hacen los mayores esfuerzos para atenuar mal tan terrible (…).
Las clases todas de la sociedad medianamente acomodadas están dando una prueba de caridad cristiana ejemplar y los que reciben las limosnas los más raros ejemplos de virtud dejándose morir de hambre antes que echar mano de cosa alguna que no les pertenezca; se da de comer a cualquiera de ellos, ya sean tiernos niños, ya personas mayores en cuyos mortales semblantes la necesidad ha impreso una huella desoladora y a pesar del deseo que les acosa de alimento al instante que reciben una limosna que miran con avidez corren a buscar al padre querido, a la moribunda esposa, a los tiernos hijos, al resto de la familia, en fin, para partir con ellos. A la vista de estas escenas, ¿qué corazón puede hacer alarde de su dureza? El hombre más inmoral y corrompido del mundo que las presenciara, y con los ojos del espíritu examinase y estudiara tanta abnegación, tanta virtud, ¿no abandonaría su brutal vida? Pero por desgracia hechos tan dignos de admiración pasan desapercibidos para la mayor parte de la sociedad.
(…) De los informes (…) resulta que el porcentaje de españoles que viven bajo el umbral de la pobreza aumentó el año 2015 en España al pasar del 20,4% al 22,2% que carecen del puramente necesario sustento. Ahora bien, ¿se concibe que los insignificantes recursos que reciben de las ONG (…) hayan podido aliviar en lo más mínimo a tantos y a tan desgraciados seres? Para asegurarlo, para presumirlo, fuera preciso carecer de sentido común.
A la par de los pueblos sufrían tan cruel azote veían acercarse el plazo para el pago de sus hipotecas, luz y gas y gastos de comunidad y contribución y todos conocían la imposibilidad absoluta de realizarlo, porque para el de las anteriores ya se habían visto precisados (…) a tomar cantidades a préstamo (…) y conozco varios que han de sentir por espacio de algunos años los perjuicios que hayan sufrido con los repetidos y continuos apremios de que son objeto, en honor de la verdad y de la justicia, (…) por las cuotas irrealizables correspondientes a un sinnúmero de infelices que absolutamente nada tienen de que echar mano.(…)
Apelo al juicio de los que como yo han presenciado escenas cuyo recuerdo solo me estremece, a los sentimientos de hidalguía y honradez que distinguen a los habitantes de este país y dudo haya uno solo por indiferente que aparezca que no sienta en el fondo de su alma la voz de la indignación al saber el desprecio con que se trata a un país por tantos títulos ilustre, y al ver la palpable contradicción en que se pone con el Gobierno de S. M. que por repetidas y varias comisiones y comunicaciones tiene conocimiento si no exacto, porque ni los rasgos de la pluma ni las articulaciones de la lengua son bastantes á bosquejarlo, aproximado de nuestra triste y dolorosa situación.
¿Qué delitos han cometido los españoles, modelo de lealtad y patriotismo, para verse abandonados de tal suerte y aún escarnecidos en mitad de sus angustias? Es indiscutible la innegable virtud y sumisión de sus honrados habitantes que consideran como la primera atención el contribuir con su sangre y sudor al sostén del Estado y obedientes siempre a la voz de los gobiernos, cuando han apurado ya todos los recursos, entregan a los bancos y demás usureros las cosas más precisas para alimentarse y por último el ajuar de casa y los aperos (…)
En semejante caso ¿qué otro recurso queda a la indigencia que busca trabajo y no le encuentra, qué prefiere la muerte al crimen, más que acudir a la capital á implorar la caridad pública? Pues bien; a estos infelices, a estas virtuosas gentes que piden y no roban para comer, se les da la acogida más dura y cruel que los hombres han podido imaginar para sus semejantes.
(…). Con asombro de los vecinos (…) se les ha visto disputarse los desperdicios arrojados en la basura moviendo la compasión de aquellos que apercibidos de su necesidad se apresuraron a llevarles algún socorro. Después de permanecer en tal estado, después de este inhumano tratamiento, digno antes de fieras que de hombres, se les despide al caer la noche.
(…). Esta es una crueldad de que no hay memoria ni ha podido haberla, pero que por desgracia está dejando una huella indestructible en la nuestra para poderla contar a nuestros sucesores, y perpetuar las causas de tan infausto recuerdo. (…) Los mayores criminales no podrían ser tratados con mayor crueldad.
¿Y cuál será el resultado de tanto rigor empleado con ellos? Que no los veremos recorrer las calles buscando una mano generosa que los libre de una muerte segura; pero en cambio morirán a centenares privados de la ayuda que necesitaba su dependencia.
Para evitar tamaños males estoy dispuesto a hacer cuanto mis humanitarios sentimientos me sugieran. Me envanezco con el nombre de español que llevo, y no perdonaré esfuerzo alguno en ningún sentido que me conduzca a aliviar la suerte de mis paisanos. Por eso y para dar lugar a cualquiera que desee demostrar una situación más halagüeña que la que dejo trazada, he llamado la atención del público.

Rectas son las intenciones. ¡Ojala que el resultado coronara nuestros sacrificios! Pero conociendo las obligaciones que la posición social respectiva impone a los hombres, no quiero dejar de cumplir la mía; aprecio en mucho la benevolencia y me horroriza la idea de ser objeto de execración y aborrecimiento de los mismos con quienes la suerte me ha unido con vínculos tales que lloraría toda mi vida si la inercia; el abandono é indiferencia, que detesto, hubieran llegado o pudieran llegar a romperlos algún día.

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